Un cuento de Navidad
El encuentro del avaro señor Scrooge con el segundo espíritu de la navidad
El escritor británico Charles Dickens, máximo exponente de la novela realista de ese país, refleja en su famoso “Cuento de navidad” una hasta hoy patética realidad de una gran parte del mundo… La Ignorancia y la Necesidad. Dickens en su cuento describe el diálogo del encuentro del avaro señor Scrooge con el segundo de los espíritus.
- ¿Es tan corta la vida de los espíritus? - preguntó Scrooge.
- Mi vida en esta tierra es muy breve- respondió el espectro-. Termina esta noche.
- ¡Esta noche! - exclamó Scrooge.
- Esta noche a las doce. ¡Escucha! Mi hora se acerca.
Las campanas daban, en ese momento, las doce menos cuarto.
- Perdóname si no tengo justificación para lo que te voy a preguntar. - dijo Scrooge, observando atentamente la túnica del espíritu-; pero veo algo extraño que no forma parte de ti, asomando por debajo de tu ropa. ¡Es un pie o una garra!
-Pudiera ser una garra, pues está muy descarnada - fue la contestación del espíritu-. ¡Mira aquí!
De entre los pliegues de su ropa surgieron dos niños: desgraciados, horrendos, odiosos y miserables. Se arrodillaron a sus pies y se asieron a sus vestiduras.
• ¡Hombre, mira aquí! ¡Mira, mira, aquí abajo! - exclamó el espectro.
Eran un niño y una niña. Flacos, andrajosos, de expresión salvaje; pero postrados con humildad.
Donde la gracia de la juventud debiera haber colmado sus rasgos, pintándolos con sus tintes más lozanos, una mano rancia y marchita, como la de la vejez, los había oprimido, retorcido y estirado hasta desfigurarlos. Donde los ángeles hubieran podido instalar su trono, se emboscaban los demonios y acechaban amenazadores.
Ningún cambio, ninguna degradación o perversión de la naturaleza humana, del grado que fuere y a través de todos los portentosos misterios de la creación, ha producido jamás tan horribles y espantosos monstruos. Scrooge, aterrado, retrocedió. Intentó decir que eran unos niños hermosos; pero las palabras se le atragantaron antes de pronunciar una mentira de tan enorme magnitud.
-Espíritu, ¿son hijos tuyos? - es lo único que pudo decir Scrooge.
-Son hijos del hombre- respondió el espíritu, contemplándolos-. Y se aferran a mí, renegando de sus padres. Este niño es la Ignorancia. Esta niña es la Necesidad. Cuídate de ambos y de toda su especie; pero, sobre todo, cuídate de este niño, pues en su frente veo escrita la palabra condenación.
¡Atrévete a rechazarlo! -gritó el espíritu, extendiendo su mano hacia la ciudad-. ¡Mienten quienes lo rechazan! ¡Admítelo para tus perversos fines, empeóralo más, y espera su fin!
- ¿No tienen refugio o recurso alguno? - preguntó Scrooge.
- ¿No hay prisiones, no hay asilos? - replicó el espíritu.
Las campanadas del reloj dieron las doce… Scrooge miró a su alrededor, en busca del espectro; y no vio nada. De este relato, de una crudeza suprema surge una realidad también suprema: que la ignorancia y la necesidad son hermanas que en conjunto condenan a la marginalidad y la destrucción a quienes tienen la poca fortuna de padecerlas.
La profundidad de este relato, del genial escritor Charles Dickens, nos obliga a mirar dentro nuestro para mejorar nuestras virtudes y atemperar nuestras miserias.
- ¿Es tan corta la vida de los espíritus? - preguntó Scrooge. - Mi vida en esta tierra es muy breve- respondió el espectro-. Termina esta noche. - ¡Esta noche! - exclamó Scrooge. - Esta noche a las doce. ¡Escucha! Mi hora se acerca. Las campanas daban, en ese momento, las doce menos cuarto.
- Perdóname si no tengo justificación para lo que te voy a preguntar. - dijo Scrooge, observando atentamente la túnica del espíritu-; pero veo algo extraño que no forma parte de ti, asomando por debajo de tu ropa. ¡Es un pie o una garra! -Pudiera ser una garra, pues está muy descarnada - fue la contestación del espíritu-. ¡Mira aquí!
De entre los pliegues de su ropa surgieron dos niños: desgraciados, horrendos, odiosos y miserables. Se arrodillaron a sus pies y se asieron a sus vestiduras. • ¡Hombre, mira aquí! ¡Mira, mira, aquí abajo! - exclamó el espectro. Eran un niño y una niña. Flacos, andrajosos, de expresión salvaje; pero postrados con humildad.
Donde la gracia de la juventud debiera haber colmado sus rasgos, pintándolos con sus tintes más lozanos, una mano rancia y marchita, como la de la vejez, los había oprimido, retorcido y estirado hasta desfigurarlos. Donde los ángeles hubieran podido instalar su trono, se emboscaban los demonios y acechaban amenazadores.
Ningún cambio, ninguna degradación o perversión de la naturaleza humana, del grado que fuere y a través de todos los portentosos misterios de la creación, ha producido jamás tan horribles y espantosos monstruos. Scrooge, aterrado, retrocedió. Intentó decir que eran unos niños hermosos; pero las palabras se le atragantaron antes de pronunciar una mentira de tan enorme magnitud.
-Espíritu, ¿son hijos tuyos? - es lo único que pudo decir Scrooge. -Son hijos del hombre- respondió el espíritu, contemplándolos-. Y se aferran a mí, renegando de sus padres. Este niño es la Ignorancia. Esta niña es la Necesidad. Cuídate de ambos y de toda su especie; pero, sobre todo, cuídate de este niño, pues en su frente veo escrita la palabra condenación.
¡Atrévete a rechazarlo! -gritó el espíritu, extendiendo su mano hacia la ciudad-. ¡Mienten quienes lo rechazan! ¡Admítelo para tus perversos fines, empeóralo más, y espera su fin! - ¿No tienen refugio o recurso alguno? - preguntó Scrooge. - ¿No hay prisiones, no hay asilos? - replicó el espíritu.
Las campanadas del reloj dieron las doce… Scrooge miró a su alrededor, en busca del espectro; y no vio nada. De este relato, de una crudeza suprema surge una realidad también suprema: que la ignorancia y la necesidad son hermanas que en conjunto condenan a la marginalidad y la destrucción a quienes tienen la poca fortuna de padecerlas.
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