Relato de una obsesión [parte 1]

De como la imaginación descontrolada nos puede someter. Una coqueta y metódica señora… Un visitante indiscreto… Un miedo incontrolable.



El “Relato de una obsesión”, es una clara y concisa aproximación a lo grave de las obsesiones. El psicólogo sanitarista José Serrano, autor de este texto (el cual nos tomamos la licencia de reproducir), vuelca con una claridad que nos omite de mayores explicaciones este tema.

“… Vivía sola en el centro de la ciudad. Era una mujer callada. Regaba sus plantas todos los días, y sólo algunos, salía a pasear por el parque que había justo en frente. Recibía pocas visitas en su inmaculada y ordenada casa. Tenía mucho miedo de recibir a las personas equivocadas, y por ello, revisaba todos los días una lista con las futuras visitas.

Un día llamaron a la puerta. ¡Vaya! Hoy no tengo a nadie anotado, pensó alarmada. Se asomó por la mirilla. No le agradó el aspecto del inoportuno visitante. De inmediato lo consideró un

Ella se asustó, se apartó de la puerta, comprobó los cerrojos. Lo hizo varias veces. Siguió callada. Con sigilo, aseguró las ventanas y desconectó el teléfono. Ya no golpeaban a la puerta. ¿Se habría ido? Se calmó un poco. No le contó a nadie lo que había sucedido. Anuló algunas visitas que tenía programadas en los días siguientes.

Desde ese día, a veces sentía que alguien respiraba al otro lado de la puerta. Las ventanas de la casa estaban ya siempre cerradas, las persianas bajadas. Empezó a dejar de cuidar las plantas. Anuló todas las visitas. ¿Y si se cuela en alguna de ellas?, ¿Y si consigue mi teléfono y me llama? Dejó desconectado el teléfono.

Después de unos días, en los que parecía que había vuelto algo de calma al otro lado de la puerta, se atrevió a levantar algunas persianas de su habitación para que el sol llegara a sus moribundas plantas. Estaba mirando con desconfianza a través de la ventana, cuando escuchó ruidos en el salón. ¿Eran pasos? ¡Dentro! Su corazón empezó a latir con fuerza, su respiración se agitó tanto que casi no le daba tiempo a coger aire, su estómago se cerró con fuerza y su cuerpo se dobló. ¡Está dentro! ¿Pero cómo se había colado? ¿Quién era? ¿Un ladrón? ¿Un obseso?

Desde su habitación no veía el salón, pero en su imaginación era capaz de ver al intruso, grande, amenazante… en su propia casa. Cientos de preguntas retumbaron en su cabeza, aunque una se apoderó de su pensamiento ¿Qué tengo que hacer para que se vaya? ¿Qué tengo que hacer para se vaya? ¿Qué tengo que hacer para que se vaya?

Siguió en la habitación, callada y muy quieta. Pasó el tiempo, las horas, los días… Hasta que, cansada de tanta angustia y miedo, salió con paso decidido hacia el salón, puso dos tazas de té sobre la mesa, y preguntó en voz alta ¿Usted va a tomar también té? Esperó la respuesta. Respiró. Y por fin se sintió tranquila. Sabía que nadie iba a responderle.” Continuará…

Dr. Rubén Merciel



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