Pensamientos Negativos
Relato de una obsesión. De como los pensamientos negativos pueden manejar la voluntad a discresión
Ella vivía sola en el centro de la ciudad. Era una mujer callada. Regaba sus plantas todos los días, y sólo algunos, salía a pasear por el parque que había justo en frente. Recibía pocas visitas en su inmaculada y ordenada casa. Tenía mucho miedo de recibir a las personas equivocadas, y por ello, revisaba todos los días una lista con las futuras visitas.
Un día llamaron a la puerta. ¡Qué extraño, hoy no tengo a nadie anotado!, pensó alarmada. Se asomó por la mirilla y no le agradó el aspecto del inoportuno visitante. De inmediato lo consideró un intruso. El hombre se dio cuenta de que había alguien dentro y empezó a llamar más fuerte, con insistencia. Ella se asustó, se apartó de la puerta y comprobó los cerrojos. Lo hizo varias veces. Siguió callada. Con sigilo, aseguró las ventanas y desconectó el teléfono.
Ya no golpeaban a la puerta. ¿Se habría ido? Dijo para sus adentros y se calmó un poco.
No le contó a nadie lo que había sucedido, pero anuló algunas visitas que tenía programadas en los días siguientes. Desde ese día, a veces sentía como que alguien respiraba al otro lado de la puerta. Desde aquel momento las ventanas de la casa estaban ya siempre cerradas y las persianas bajas. Empezó a dejar de cuidar las plantas y anuló todas las visitas. ¿Y si se filtra en alguna de ellas? ¿Y si consigue mi teléfono y me llama? Y dejó desconectado el teléfono.
Después de unos días, en los que parecía que había vuelto algo de calma al otro lado de la puerta, se atrevió a levantar algunas persianas de su habitación para que el sol llegara a sus moribundas plantas. Estaba mirando con desconfianza a través de la ventana, cuando escuchó ruidos en el salón. ¿Eran pasos? ¡Dentro! Su corazón empezó a latir con fuerza, su respiración se agitó tanto que casi no le daba tiempo a coger aire, su estómago se cerró con fuerza y su cuerpo se dobló. ¡Está dentro! ¿Pero cómo se había colado? ¿Quién era? ¿Un ladrón?
Desde su habitación no veía el salón, pero en su imaginación era capaz de ver al intruso, grande, amenazante, en su propia casa. Cientos de preguntas retumbaron en su cabeza, aunque una se apoderó de su pensamiento ¿Qué tengo que hacer para que se vaya? ¿Qué tengo que hacer para se vaya? Siguió en la habitación, callada y muy quieta. Pasó el tiempo, las horas, los días…
Hasta que, cansada de tanta angustia y miedo, salió con paso decidido hacia el salón, puso dos tazas de té sobre la mesa, y preguntó en voz alta ¿Usted va a tomar también té? Esperó la respuesta. Respiró. Y por fin se sintió tranquila. Sabía que nadie iba a responderle.
Este pasaje es de “Relato de una obsesión” del psicólogo sanitarista José Serrano. En el relato el psicólogo refiere que las obsesiones afectan a muchas personas, las viven con la angustia y el sufrimiento que se ha tratado de transmitir en este texto.
No por nada el famoso psiquiatra Karl Gustav Jung vaticinó, hace cien años que en la mente humana “La conciencia es solo una isla en el inmenso océano de la inconciencia”.
Un día llamaron a la puerta. ¡Qué extraño, hoy no tengo a nadie anotado!, pensó alarmada. Se asomó por la mirilla y no le agradó el aspecto del inoportuno visitante. De inmediato lo consideró un intruso. El hombre se dio cuenta de que había alguien dentro y empezó a llamar más fuerte, con insistencia. Ella se asustó, se apartó de la puerta y comprobó los cerrojos. Lo hizo varias veces. Siguió callada. Con sigilo, aseguró las ventanas y desconectó el teléfono.
Ya no golpeaban a la puerta. ¿Se habría ido? Dijo para sus adentros y se calmó un poco. No le contó a nadie lo que había sucedido, pero anuló algunas visitas que tenía programadas en los días siguientes. Desde ese día, a veces sentía como que alguien respiraba al otro lado de la puerta. Desde aquel momento las ventanas de la casa estaban ya siempre cerradas y las persianas bajas. Empezó a dejar de cuidar las plantas y anuló todas las visitas. ¿Y si se filtra en alguna de ellas? ¿Y si consigue mi teléfono y me llama? Y dejó desconectado el teléfono.
Después de unos días, en los que parecía que había vuelto algo de calma al otro lado de la puerta, se atrevió a levantar algunas persianas de su habitación para que el sol llegara a sus moribundas plantas. Estaba mirando con desconfianza a través de la ventana, cuando escuchó ruidos en el salón. ¿Eran pasos? ¡Dentro! Su corazón empezó a latir con fuerza, su respiración se agitó tanto que casi no le daba tiempo a coger aire, su estómago se cerró con fuerza y su cuerpo se dobló. ¡Está dentro! ¿Pero cómo se había colado? ¿Quién era? ¿Un ladrón?
Desde su habitación no veía el salón, pero en su imaginación era capaz de ver al intruso, grande, amenazante, en su propia casa. Cientos de preguntas retumbaron en su cabeza, aunque una se apoderó de su pensamiento ¿Qué tengo que hacer para que se vaya? ¿Qué tengo que hacer para se vaya? Siguió en la habitación, callada y muy quieta. Pasó el tiempo, las horas, los días… Hasta que, cansada de tanta angustia y miedo, salió con paso decidido hacia el salón, puso dos tazas de té sobre la mesa, y preguntó en voz alta ¿Usted va a tomar también té? Esperó la respuesta. Respiró. Y por fin se sintió tranquila. Sabía que nadie iba a responderle.
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