Los mecanismos de la compulsión [2]
[Parte dos] Las compulsiones son deseos irrefrenables por poseer algo mínimamente gratificante para encubrir o minimiza las angustias cotidianas
En los casos en que dos programas primigenios antagónicos entran en conflicto (por ejemplo, el programa de la maternidad que confronta con el programa de la supervivencia), se produce tal componente angustiable que desencadena la neurosis. En lo que respecta a las descargas compulsivas alimentarias, las mismas se encuadran dentro de lo que podríamos denominar un subprograma adquirido, que surge de la distorsión del programa primigenio de la ingesta y que sirve como lo que García Rodríguez denomina símbolo omega (Ω).
El símbolo omega representa todas las posibles estrategias con que el individuo (y cualquier mamífero superior) cuenta para tratar de neutralizar una situación conflictiva o angustiante. El símbolo omega planteado por García Rodríguez es en realidad un nuevo programa de interpretación de la realidad armado con retazos o trozos de los otros programas ya existentes; es lo que puede denominar un “remiendo anímico”.
Esto hace que muchas veces la estrategia elegida para solucionar el conflicto desencadene otras respuestas paralelas, por estar este programa (remiendo anímico) “de emergencia”, armado con partes de otros programas, los cuales pueden activarse juntamente con él. Para dejarlo más en claro tomemos el típico ejemplo de la obesidad; El obeso para tapar su angustia o sus conflictos, echa mano a la comida, es decir que armó un programa de emergencia (remiendo anímico) con una parte del programa primigenio de la ingesta.
Al hacer esto el paciente cae en la trampa que cada vez que trata de usar su nuevo programa de emergencia se activa el poderoso programa de la ingesta, y ya no puede parar de comer.
La compulsión alimentaria, en el caso de la obesidad, es el remiendo anímico que trata de tapar las angustias y frustraciones que llevaron a la aparición de la enfermedad, y posteriormente a seguir encubriendo la mayor angustia que provoca la propia obesidad.
El individuo cae en un círculo vicioso sin salida; La angustia lo lleva a comer, la comida aumenta la obesidad, la obesidad provoca más angustia y así eternamente.
Como el programa de la ingesta es el más importante de todos los seres vivos (la comida garantiza la continuidad de la vida y la posibilidad de perpetuar la especie), su alteración marca la enorme dificultad para corregir la obesidad y la anorexia-bulimia.
El programa primigenio de la ingesta tiene tal fuerza que hace que las ratas carentes en su dieta del cobre necesario para su metabolismo soporten estoicamente, en las jaulas de experimentación, múltiples descargas eléctricas para llegar al alimento con el preciado mineral.
Los ejemplos de la fuerza del programa de la ingesta abundan en la naturaleza animal y humana; El investigador Joseph Duddley comprobó en agosto de 1995 que los hipopótamos machos, herbívoros a ultranza, ante situaciones ambientales de extrema sequía y falta del alimento necesario, se pueden convertir en carnívoros, algo impensado por la comunidad científica hasta ese momento.
Los casos de canibalismo entre humanos (recordar los sobrevivientes uruguayos del “Milagro de Los Andes” en la década del 70) que antes de morir de inanición se comieron a sus propios muertos, corroboran la fuerza de este programa primigenio y la gravedad de su alteración.
La aparición de los remiendos anímicos no es una situación patológica (sí puede serlo en el caso de la obesidad), pues la utilización de estos mismos programas rearmados son los que hacen de un ser humano un individuo más “evolucionado” que otro.
Una persona tendrá mayor madurez cuando más remiendos anímicos para reducir la angustia utilice; Los neuróticos o los inmaduros hacen depender todo de una sola cosa o de un número muy limitado de ellas, es decir de uno solo o muy pocos remiendos anímicos.
Los omnívoros superan a los herbívoros y a los carnívoros, y los mamíferos superan a los poiquilotermos (animales de sangre fría) por utilizar mayor número de remiendos anímicos para resolver las situaciones conflictivas de hambre, abrigo y supervivencia.
El símbolo omega representa todas las posibles estrategias con que el individuo (y cualquier mamífero superior) cuenta para tratar de neutralizar una situación conflictiva o angustiante. El símbolo omega planteado por García Rodríguez es en realidad un nuevo programa de interpretación de la realidad armado con retazos o trozos de los otros programas ya existentes; es lo que puede denominar un “remiendo anímico”.
Esto hace que muchas veces la estrategia elegida para solucionar el conflicto desencadene otras respuestas paralelas, por estar este programa (remiendo anímico) “de emergencia”, armado con partes de otros programas, los cuales pueden activarse juntamente con él. Para dejarlo más en claro tomemos el típico ejemplo de la obesidad; El obeso para tapar su angustia o sus conflictos, echa mano a la comida, es decir que armó un programa de emergencia (remiendo anímico) con una parte del programa primigenio de la ingesta.
Al hacer esto el paciente cae en la trampa que cada vez que trata de usar su nuevo programa de emergencia se activa el poderoso programa de la ingesta, y ya no puede parar de comer. La compulsión alimentaria, en el caso de la obesidad, es el remiendo anímico que trata de tapar las angustias y frustraciones que llevaron a la aparición de la enfermedad, y posteriormente a seguir encubriendo la mayor angustia que provoca la propia obesidad.
El individuo cae en un círculo vicioso sin salida; La angustia lo lleva a comer, la comida aumenta la obesidad, la obesidad provoca más angustia y así eternamente. Como el programa de la ingesta es el más importante de todos los seres vivos (la comida garantiza la continuidad de la vida y la posibilidad de perpetuar la especie), su alteración marca la enorme dificultad para corregir la obesidad y la anorexia-bulimia.
El programa primigenio de la ingesta tiene tal fuerza que hace que las ratas carentes en su dieta del cobre necesario para su metabolismo soporten estoicamente, en las jaulas de experimentación, múltiples descargas eléctricas para llegar al alimento con el preciado mineral. Los ejemplos de la fuerza del programa de la ingesta abundan en la naturaleza animal y humana; El investigador Joseph Duddley comprobó en agosto de 1995 que los hipopótamos machos, herbívoros a ultranza, ante situaciones ambientales de extrema sequía y falta del alimento necesario, se pueden convertir en carnívoros, algo impensado por la comunidad científica hasta ese momento.
Los casos de canibalismo entre humanos (recordar los sobrevivientes uruguayos del “Milagro de Los Andes” en la década del 70) que antes de morir de inanición se comieron a sus propios muertos, corroboran la fuerza de este programa primigenio y la gravedad de su alteración. La aparición de los remiendos anímicos no es una situación patológica (sí puede serlo en el caso de la obesidad), pues la utilización de estos mismos programas rearmados son los que hacen de un ser humano un individuo más “evolucionado” que otro.
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