Los doble hibakusha

La carrera nuclear que llevó a la existencia de Hiroshima y Nagasaki



Era un 6 de agosto como cualquier otro en la hasta entonces tranquila ciudad japonesa de Hiroshima. Comenzaba un nuevo día soleado y caluroso y el ingeniero Eneko Kawaguchi se levantó temprano. Como siempre hizo sus ejercicios matinales, y a las ocho de la mañana en punto estaba en la puerta de la fábrica de motores Mitsubishi.

Quince minutos después oyó desde su despacho que un avión se acercaba. Era un B-29 de la fuerza aérea estadounidense que se acercaba volando solitario.

Aunque no sonó la sirena que alertaba del peligro de bombardeo, los trabajadores de la fábrica decidieron ir a los refugios, pero justo antes de llegar, todos los empleados de la fábrica se vieron envueltos por un ruido ensordecedor y Kagawuchi perdió el conocimiento.

Cuando se despertó, muchas horas después, descubrió que estaba desnudo en medio de una fábrica arrasada y envuelta en unas llamas de fuego gigantescas. A pesar de encontrarse aturdido y con heridas en la espalda, fue capaz de percatarse de que un viento candente procedente del centro de la ciudad y que se dirigía hacia el mar.

Sabiendo que debía huir del lugar, sin tener noción de que era todo eso que pasaba, cruzó como pudo un río a nado y al llegar a la orilla opuesta, subió a una pequeña elevación del terreno, desde donde vio la magnitud de la devastación… La ciudad entera era un inmenso brasero que estaba destruyendo de golpe todo lo que antes existía.

¿Qué había ocurrido? A cinco kilómetros de la fábrica Mitsubishi de Hiroshima, había explotado la primera bomba nuclear de la historia. Como a las heridas se estaban sumando las sensaciones de frío y hambre. Ya de noche, haciendo un esfuerzo sobrehumano, se dirigió a una estación ferroviaria de Hiroshima en la que, a pesar de encontrarse completamente destrozada, logró subirse al último tren que se mantenía intacto.

Sin tener noción del tiempo transcurrido, se despertó cuando estaba siendo atendido en uno de los vagones, por unas enfermeras que trataban a los heridos tan graves como él. La mañana del 9 de agosto, el tren llegó a la estación de Nagasaki. Al no haber sido una ciudad bombardeada con anterioridad, se encontraba en esos momentos tranquila.

Kawaguchi bajó del tren como pudo y permaneció en las inmediaciones de la estación junto a los compañeros heridos, con los que había viajado desde Hiroshima. Todo parecía en calma hasta que se escuchó de nuevo el sonido de un bombardero estadounidense que se aproximaba. Kawaguchi miró al cielo de manera instintiva y se lanzó a una cuneta, hundiéndose en el fango todo lo que pudo, mientras los que le rodeaban se quedaban atónitos. Segundos después, la segunda bomba atómica cayó a casi 4 kilómetros de donde él se encontraba. A pesar del terror y el fango de la cuneta que lo cubría, Kawaguchi pudo ver perfectamente el resplandor provocado por la bomba y ese hongo horroroso, sinónimo de devastación y muerte.

Tiempo después él mismo confesó, entre asombrado y temeroso: “Conocer dos veces el infierno en pocos días es demasiado para un hombre”. En los años sucesivos, ese brillante proyectista de la fábrica Mitshubishi no pudo recuperar nunca la normalidad, ya que fue incapaz de asimilar lo que le había ocurrido.

Acabó vagando aturdido y siempre con el miedo de ver de nuevo la silueta de un B-29 con su carga mortífera. Esta pesadilla llegó a su fin en 1957, cuando no pudo resistir por más tiempo la contaminación atómica, y falleció con el ignoto número 163.341 en una oscura cama de un ignoto hospital.

Esta es la historia de una de las personas que sobrevivió a las dos bombas atómicas lanzadas en Japón. Aunque es muy probable que haya más casos como el de Eneko Kawaguchi, la derrota en la Segunda Guerra Mundial dejó al país nipón en una situación tan desastrosa que el Gobierno apenas realizó registros, pero el Museo de la Paz de Hiroshima calcula que hubo 160 Nijū Hibakusha (personas doblemente bombardeadas).

En Hiroshima y Nagasaki, la vida de los hibakusha, los sobrevivientes de las bombas atómicas, fue un largo calvario por el miedo, culpa y discriminación. Así Eneko Kawaguchi se convirtió en un paria más entre los discriminados por la bomba y que el resto de los habitantes de Japón trataron como si fuesen los leprosos del siglo veinte, no pudiendo concurrir a ningún lado, ni siquiera convivir con los demás ciudadanos ni casarse o tener familia porque pensaban que eran contaminantes y enfermaban la todos.

Dr. Rubén Merciel



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