La obesidad un futuro negro

La obesidad, poco a poco, sin prisa, pero sin pausa, se va convirtiendo en la nueva e imparables pandemia de la raza humana



En mayo de 2003, la 57º Asamblea General de la OMS alertó que la obesidad será “la epidemia del siglo XXI” instando a multiplicar los esfuerzos para frenar su expansión. Desde hace 60 años es notorio el incremento del sobrepeso y la obesidad en todos los rincones del planeta donde sobre algo de comida.

Coincidentemente, cada vez que se profundiza en el estudio y tratamiento del problema se provoca el efecto contrario, a más esfuerzos por corregirla, más avanza la obesidad. Si en un programa de prevención de la salud se vacunan mil personas y estas mismas mil personas se enferman, significa que algo falló.

Haciendo un mea culpa, podemos decir que si pese a los esfuerzos por frenar la obesidad ésta se multiplica, en algo habremos fallado o algo no habremos entendido. La búsqueda por corregir la obesidad mediante la simple mejoría de sus síntomas (disminución de la termogénesis, alteración de la leptina, desorden de la insulina), es la explicación de todo. Jorge Braguinsky, pionero del estudio científico de la obesidad en nuestro país, dijo en un momento: “… Nuestra especialidad fracasó”.

Puedo asegurar que la dietología no fracasó. Solamente no se supieron interpretar los mensajes de la naturaleza, ama y señora de las conductas de todas las especies. Tratar la obesidad como una simple enfermedad metabólica por exceso de grasa nos condena al fracaso seguro. La obesidad…. No es una enfermedad, es (junto con la diabetes), el costo que tuvo que pagar el ser humano por no cumplir con las reglas estipuladas.

El humano moderno es un prototipo original de la meseta centro africana (actual república de Tanzania). Como especie original fue creada con las adaptaciones necesarias para sobrevivir en su medio ambiente. Por ello el Homo Sapiens fue negro, alto, delgado, con miembros extremadamente largos y dotado del mejor sistema de enfriamiento: la transpiración. Obviamente no tuvo ningún sistema de protección contra el frío, inexistente en esas altitudes. La ausencia de alto contenido de carbohidratos en su entorno hizo que este humano contara con un páncreas pequeño.

El descubrimiento de la agricultura hace ocho mil años, hizo que los carbohidratos fuesen parte esencial de la dieta de ese humano que ya no era ni negro, ni vivía en un entorno tropical con cincuenta grados de temperatura. La residencia en zonas frías marcó la necesidad de “guardar grasa” como complemento térmico. La nefasta combinación de grasa, frío, carbohidratos y en este último medio siglo el exceso de comida, hicieron lo suyo.

Ese páncreas pequeño ya no pudo tolerar tantos cambios, y la obesidad y la diabetes pasaron factura. Todo eso no sería más que anecdótico si la ciencia médica, la actividad industrial y cada uno de nosotros tuviésemos en cuenta una verdad de ciento sesenta años: “… El grueso de la grasa de los seres humanos se sintetiza a partir de los carbohidratos o azúcares alimentarios*”. En otras palabras: “… La grasa no forma grasa, la forman los azúcares”.

Así, la cultura hipocalórica y cero por ciento no tienen la capacidad fisiológica de frenar la universal epidemia de obesidad. Debemos cambiar todo el mensaje que hasta el día de hoy es la muletilla clásica: “… No comer grasas”. Debemos ir más allá de un síntoma y llegar a la esencia animal y ancestral de nuestra especie. Si no cambiamos nada… tendremos un futuro negro. Si buscamos el ancestro negro… tendremos posibilidades de vencer el rebelde flagelo.

Dr. Rubén Merciel



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