La conducta alimentaria [3]
[Parte tres] Los buenos hábitos de comer y una conducta alimentaria correcta, son fundamentales al momento de evitar los desniveles alcistas del peso corporal
Además del trastorno del programa de la ingesta hay una distorsión en el programa de interpretación de la realidad desde la más tierna infancia (aparición de un programa auxiliar, el “remiendo anímico” o “símbolo omega” de García Rodríguez)); Esto surge como consecuencia de que las diferentes manifestaciones como llanto, inquietud o excitación no son adecuadamente identificadas por la madre. Así el recién nacido no aprende a discriminar sus propias señales internas, confundiendo hambre con dolor o angustia.
El hambre como sensación debe ser identificado en forma diferente de otros estados de carencia (frío, dolor, afecto). Mediante el adecuado aprendizaje, el recién nacido puede discernirlas adecuadamente; La interferencia materna puede perturbar ese adecuado aprendizaje.
Las señales fisiológicas de hambre (dolor, vacío, displacer) son revertidas al ser incorporado el alimento y lograda la saciedad (placer, plenitud, relajación), pero además de esto el niño recibe manifestaciones de cuidado y afecto de tal forma que para el niño aprender a reconocer las sensaciones de hambre y saciedad puede significar además aprender a sentirse cuidado y querido.
El desarrollo de la conducta alimentaria puede ser concebido como un proceso dinámico donde el niño, a medida que puede reconocer y decodificar las señales internas va incrementando su capacidad de autocontrol.
Se postuló que las perturbaciones de la conducta alimentaria pueden ser el resultado de experiencias nutricionales tempranas donde la madre, incapaz de reconocer e interpretar adecuadamente las diferentes expresiones del niño, responde con alimento a todos los estados de necesidad; El niño por esto aprende a recurrir a la comida como fuente principal de satisfacción o para calmar múltiples estados (ansiedad, angustia, miedo).
Es paradójico que los obesos refieren que todos sus problemas se deben al “hambre incontrolable” cuando la causa de su sobrealimentación es que en verdad “…No reconocen el hambre”.
Para Hilde Bruch, cuando este proceso de indiscriminación es severo puede llegar a tal nivel que lleva a una verdadera pérdida de la identidad que puede comprometer a otras áreas del funcionamiento.
Como en los niños obesos no se ven historias de abandonos, negligencia o falta de afecto, el inconveniente surge por todo lo contrario (madres ansiosas e inseguras con actitudes sobreprotectoras) y con dificultades para señalar límites; Estas actitudes condicionan el desarrollo de niños pasivos, demandantes y con pobres recursos e iniciativas en la búsqueda de formas diferentes de gratificación.
Los momentos de comienzo o agravación de la obesidad en los niños coincide con situaciones conflictivas o crisis familiares; En los momentos de mayor desestabilización emocional estos niños vuelven a establecer conductas dependientes con la comida, repitiendo experiencias tempranas de la vida.
Continuará…
El hambre como sensación debe ser identificado en forma diferente de otros estados de carencia (frío, dolor, afecto). Mediante el adecuado aprendizaje, el recién nacido puede discernirlas adecuadamente; La interferencia materna puede perturbar ese adecuado aprendizaje.
Las señales fisiológicas de hambre (dolor, vacío, displacer) son revertidas al ser incorporado el alimento y lograda la saciedad (placer, plenitud, relajación), pero además de esto el niño recibe manifestaciones de cuidado y afecto de tal forma que para el niño aprender a reconocer las sensaciones de hambre y saciedad puede significar además aprender a sentirse cuidado y querido.
El desarrollo de la conducta alimentaria puede ser concebido como un proceso dinámico donde el niño, a medida que puede reconocer y decodificar las señales internas va incrementando su capacidad de autocontrol.
Se postuló que las perturbaciones de la conducta alimentaria pueden ser el resultado de experiencias nutricionales tempranas donde la madre, incapaz de reconocer e interpretar adecuadamente las diferentes expresiones del niño, responde con alimento a todos los estados de necesidad; El niño por esto aprende a recurrir a la comida como fuente principal de satisfacción o para calmar múltiples estados (ansiedad, angustia, miedo).
Es paradójico que los obesos refieren que todos sus problemas se deben al “hambre incontrolable” cuando la causa de su sobrealimentación es que en verdad “…No reconocen el hambre”. Para Hilde Bruch, cuando este proceso de indiscriminación es severo puede llegar a tal nivel que lleva a una verdadera pérdida de la identidad que puede comprometer a otras áreas del funcionamiento.
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