El padre del estrés [parte 1]
La historia de Hans Selye y su inagotable persistencia por descubrir los principios del estrés y los trastornos de ansiedad.
Lo que importa no es lo que nos sucede sino la forma como se recibe, esta frase del científico Hans Selye nos muestra claramente que el problema no es la realidad, sino la forma en que interpretamos esa realidad.
Hans Hugo Bruno Selye, quien es considerado como “El padre del estrés”, nació en Viena, Austria, el 26 de enero de 1907, en el hasta ese entonces Imperio Austro-Húngaro.
Fue el hijo de un cirujano militar húngaro quien se hallaba casado con una dama austríaca.
Profesor e investigador, recibió sus primeros pasos de la educación en un monasterio benedictino y con la ayuda de una tutoría privada.
A la corta edad de cuatro años ya hablaba cuatro idiomas y continuaba aprendiendo varios más.
El joven Hans se sentía plenamente orgulloso de su herencia húngara, ya que su padre era de esa nacionalidad, y todos sus maestros le habían inculcado un fuerte sentido del nacionalismo, cosa que se derrumbó a finales de Primera Guerra Mundial cuando, en 1919, el Imperio Austro-Húngaro desapareció, y él quedó como ciudadano austríaco y no húngaro.
Completó sus estudios superiores de medicina en la Universidad de Praga en ; luego emigró para realizar un post doctorado, primero en la Universidad John Hopkins de Baltimore, EEUU y después en la Universidad de McGill en Montreal, Canadá.
Fue durante su desempeño en esta última casa de altos estudios donde Hans Selye gestó la idea del Síndrome General de Adaptación y el posterior origen de la palabra Stress.
Una vez completada su beca con el profesor James Bertram Collip, quien fuera el descubridor de la hormona paratiroidea, y a la edad de 27 años, se convirtió en Profesor Asistente de Bioquímica en la Universidad McGill de Canadá.
En principio los experimentos de Selye se orientaron hacia la búsqueda de una nueva y, hasta ese momento desconocida, hormona ovárica. Para encontrar esa nueva sustancia inyectaba extractos de ovario a sus ratas de laboratorio. Utilizando su conocido y meticuloso análisis de los resultados pudo observar que existía una constante en los cambios producidos tas las aplicaciones inyectables.
En las ratas inyectadas, a los pocos días aparecía agrandamiento (hipertrofia) de las glándulas adrenales (que en el ser humano se denominan glándulas suprarrenales), y que son el “cuartel general” de los sistemas de defensa del cuerpo.
También se atrofiaba, tal vez por desgaste y rendición, uno de los más importantes sistemas de defensa orgánica (el sistema retículo endotelial). Finalmente, esas glándulas adrenales agrandadas, se atrofiaban y aparecían úlceras gástricas por el intenso sufrimiento.
La magnitud de todos estos cambios era proporcional a la cantidad de extracto ovárico inyectado, llevando en los casos más severos, a la muerte del animal. Ante estos constantes descubrimientos, el joven Selye, creyó hallarse ante el “gran descubrimiento” de una nueva sustancia que producía esos efectos nunca descriptos por otros investigadores.
Para certificar el indiscutible el origen ovárico de esta nueva hormona, procedió a ampliar el rango de sus experimentos inyectando a las ratas extractos de hipófisis y de placenta.
La decepción fue mayúscula al observar que existían los mismos resultados con cualquiera de estos productos, en forma independiente de su origen hipofisario o placentario.
Aun suponiendo que se hallaba frente a una nueva hormona, pero en este caso no solamente secretada exclusivamente por el ovario, procedió a seguir inyectando a sus ratas con otros nuevos extractos orgánicos (hígado, riñón y otros) y como en cada vez anterior, el resultado obtenido fue similar.
Fue el hijo de un cirujano militar húngaro quien se hallaba casado con una dama austríaca. Profesor e investigador, recibió sus primeros pasos de la educación en un monasterio benedictino y con la ayuda de una tutoría privada. A la corta edad de cuatro años ya hablaba cuatro idiomas y continuaba aprendiendo varios más.
El joven Hans se sentía plenamente orgulloso de su herencia húngara, ya que su padre era de esa nacionalidad, y todos sus maestros le habían inculcado un fuerte sentido del nacionalismo, cosa que se derrumbó a finales de Primera Guerra Mundial cuando, en 1919, el Imperio Austro-Húngaro desapareció, y él quedó como ciudadano austríaco y no húngaro.
Completó sus estudios superiores de medicina en la Universidad de Praga en ; luego emigró para realizar un post doctorado, primero en la Universidad John Hopkins de Baltimore, EEUU y después en la Universidad de McGill en Montreal, Canadá. Fue durante su desempeño en esta última casa de altos estudios donde Hans Selye gestó la idea del Síndrome General de Adaptación y el posterior origen de la palabra Stress.
Una vez completada su beca con el profesor James Bertram Collip, quien fuera el descubridor de la hormona paratiroidea, y a la edad de 27 años, se convirtió en Profesor Asistente de Bioquímica en la Universidad McGill de Canadá.
En principio los experimentos de Selye se orientaron hacia la búsqueda de una nueva y, hasta ese momento desconocida, hormona ovárica. Para encontrar esa nueva sustancia inyectaba extractos de ovario a sus ratas de laboratorio. Utilizando su conocido y meticuloso análisis de los resultados pudo observar que existía una constante en los cambios producidos tas las aplicaciones inyectables.
En las ratas inyectadas, a los pocos días aparecía agrandamiento (hipertrofia) de las glándulas adrenales (que en el ser humano se denominan glándulas suprarrenales), y que son el “cuartel general” de los sistemas de defensa del cuerpo. También se atrofiaba, tal vez por desgaste y rendición, uno de los más importantes sistemas de defensa orgánica (el sistema retículo endotelial). Finalmente, esas glándulas adrenales agrandadas, se atrofiaban y aparecían úlceras gástricas por el intenso sufrimiento.
La magnitud de todos estos cambios era proporcional a la cantidad de extracto ovárico inyectado, llevando en los casos más severos, a la muerte del animal. Ante estos constantes descubrimientos, el joven Selye, creyó hallarse ante el “gran descubrimiento” de una nueva sustancia que producía esos efectos nunca descriptos por otros investigadores.
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