Egipto y el corazón [2]
[Parte dos] Para los antiguos faraones y a través de los tiempos fue el órgano de los sentimientos
El corazón era para los egipcios el centro de la vida. La formación, el entendimiento y el raciocinio residían en el corazón. Un corazón frío y duro, es para nuestra concepción, sinónimo de falta de sensibilidad, algo que rechazamos. En cambio, era para los egipcios una condición deseable, en tanto significaba la capacidad de mantenerse incólume frente a los estímulos externos y los avatares de la vida. La frialdad, implicaba mantener ideas firmes e inmutables. ”No dejes que tu corazón ondee como hojas al viento”, decían los egipcios.
Y era el corazón el que acompañaba al difunto en el viaje al más allá, y era la única víscera que se mantenía dentro del cuerpo momificado (aunque, curiosamente, y hasta el momento no se pudo certificar el por qué: La momia de Tutankamón, el rey niño, no tenía su corazón dentro del pecho. El Libro de los muertos, una colección de escritos, creencias y refranes que datan de 3000 años antes de Cristo, explica qué era lo que sucedía con los muertos en su último viaje.
Para llegar entender el tema en detalle debemos resumir brevemente algunos conceptos básicos de la mitología egipcia. Si en el Imperio antiguo se creía que solo el faraón podría alcanzar la inmortalidad, con el transcurrir de los siglos la posibilidad de ser inmortal se fue democratizando, hasta llegar en el Imperio Nuevo a la idea de que todos podían aspirar a ello. Pero conseguirlo no era fácil. Debía demostrarse en el Juicio de los Muertos que el recién llegado no tenía tacha.
El espíritu del muerto llegado al inframundo era conducido por Anubis ante el tribunal que presidía Osiris. Allí, el Ib (corazón metafísico), era depositado en uno de los dos platillos de una balanza. En el otro se depositaba la pluma de Maat, símbolo de la armonía, la verdad y la justicia. Los dioses formulaban preguntas sobre la vida del difunto, y el corazón respondía por su portador.
De acuerdo con lo dicho, el corazón aumentaba o disminuía su peso. Thoth anotaba las respuestas, y las entregaba a Osiris, que finalmente dictaba sentencia. Si el Ib era más liviano que la pluma la sentencia era favorable y el difunto se aseguraba la vida eterna.
Si el Ib era más pesado que la pluma, lo cual implicaba impureza, era arrojado a Ammyt, un ser con cabeza de cocodrilo, piernas de hipopótamo y el resto del cuerpo de león, que lo devoraba.
Los egipcios tenían una concepción cardio centrista del cuerpo humano en la que el corazón era el órgano más importante y el centro de todo. Ellos creían que todos los alimentos pasaban directamente del esófago al corazón (tal vez por la cercanía anatómica del esófago que se halla casi pegado al corazón). Como reconocimiento a ese “romántico” error, es que la medicina le dio el nombre de cardias al paso del esófago al estómago.
En el famoso Papiro de Ebers, fechado hacia el 1.500 a.C., se atribuye al corazón funciones que ahora sabemos que le son ajenas, por ejemplo, era el lugar de asiento de la inteligencia, la conciencia moral y el pensamiento. Además, en este papiro se explica la fisiología cardiaca utilizando un lenguaje poético. Dice que, a través de sus latidos, el corazón es capaz de hablar y que únicamente los médicos son capaces de oír su mensaje mediante la palpación del pulso.
Y era el corazón el que acompañaba al difunto en el viaje al más allá, y era la única víscera que se mantenía dentro del cuerpo momificado (aunque, curiosamente, y hasta el momento no se pudo certificar el por qué: La momia de Tutankamón, el rey niño, no tenía su corazón dentro del pecho. El Libro de los muertos, una colección de escritos, creencias y refranes que datan de 3000 años antes de Cristo, explica qué era lo que sucedía con los muertos en su último viaje.
Para llegar entender el tema en detalle debemos resumir brevemente algunos conceptos básicos de la mitología egipcia. Si en el Imperio antiguo se creía que solo el faraón podría alcanzar la inmortalidad, con el transcurrir de los siglos la posibilidad de ser inmortal se fue democratizando, hasta llegar en el Imperio Nuevo a la idea de que todos podían aspirar a ello. Pero conseguirlo no era fácil. Debía demostrarse en el Juicio de los Muertos que el recién llegado no tenía tacha.
El espíritu del muerto llegado al inframundo era conducido por Anubis ante el tribunal que presidía Osiris. Allí, el Ib (corazón metafísico), era depositado en uno de los dos platillos de una balanza. En el otro se depositaba la pluma de Maat, símbolo de la armonía, la verdad y la justicia. Los dioses formulaban preguntas sobre la vida del difunto, y el corazón respondía por su portador.
De acuerdo con lo dicho, el corazón aumentaba o disminuía su peso. Thoth anotaba las respuestas, y las entregaba a Osiris, que finalmente dictaba sentencia. Si el Ib era más liviano que la pluma la sentencia era favorable y el difunto se aseguraba la vida eterna. Si el Ib era más pesado que la pluma, lo cual implicaba impureza, era arrojado a Ammyt, un ser con cabeza de cocodrilo, piernas de hipopótamo y el resto del cuerpo de león, que lo devoraba.
Los egipcios tenían una concepción cardio centrista del cuerpo humano en la que el corazón era el órgano más importante y el centro de todo. Ellos creían que todos los alimentos pasaban directamente del esófago al corazón (tal vez por la cercanía anatómica del esófago que se halla casi pegado al corazón). Como reconocimiento a ese “romántico” error, es que la medicina le dio el nombre de cardias al paso del esófago al estómago.
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